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miércoles, 6 de abril de 2016

LEGITIMIDAD. Comodidad en mediación

LEGITIMIDAD. Comodidad en mediación

En esta segunda entrada en el blog quiero reflejar uno de los principios fundamentales de la mediación, y uno de los menos recogidos en la bibliografía: la legitimidad. Díez y Tapia, en su indispensable obra Instrumentos para una aplicación pràctica de la mediación definen legitimar como "crear las condiciones para que la gente pueda acceder a la participación". Quizás es un poco simplista, pero para clarificar: tenemos que lograr que las partes en conflicto se sientan cómodas en el espacio de mediación.

Pero no nos engañemos, la mediación ni es fácil ni es cómoda. Hablamos de personas que atraviesan por un conflicto y esto implica sufrimiento, preocupaciones y desgaste psíquico e incluso físico. Pero para que puedan dar lo mejor de sí mismos en el espacio de mediación los hemos de hacer sentir cómodos, al menos en un primer momento. Ya habrá tiempo (no mucho, pero lo habrá) de provocar incomodidad para hacer abandonar ciertas certezas, de "traer" la visión de la otra parte, y también habrá ocasión de acompañar la incomodidad de retomar el conflicto en la sesión conjunta. Pero en el primer momento se trata de hacer sentir cómodos, se trata de legitimar. 





Muchos teóricos de la mediación señalan el "ciclo de confianzas cruzadas" como base para poder avanzar en el proceso. Este ciclo de confianzas puede ser leído de forma secuencial: confianza en el mediador, en la mediación y, como fase culminante, confianza en la otra parte. Para mi es un esquema válido pero incompleto. ¿Cómo conseguir que las personas confíen en la mediación? ¿Cómo lograr confianza en el mediador? ¿Cuántas veces los mediadores se quejan de no ser reconocidos, de que las personas vienen a mediación pero no saben qué es y hay que explicarles una y otra vez en qué consiste?. Cuantos esfuerzos en que se nos entienda y valore...? Propongo empezar en otra dirección. Propongo empezar entendiendo a nuestros usuarios. 

Los mediadores, lejos de la idealizada y utópica neutralidad, pensamos y nos formulamos hipótesis, proyectamos casos anteriores o vivencias personales, tendemos a simplificar los casos tratando de ayudarnos a sobrellevar nuestra ardua tarea. Cuántas veces decimos "Lo que les pasa es que no saben dialogar...", "No se acuerdan de cuando eran jóvenes...", "Si se conocieran más personalmente, verían que son buenas personas...". Nos encontramos ante este afán que ha colonizado las ciencias sociales: "diagnosticar". Ese concepto que hemos incorporado de las ciencias de la salud y que presupone un conocimiento superior del médico que lo diferencia de la ignorancia de sus pacientes. Por eso, cuando hacemos diagnósticos, sabemos cuál es el tratamiento y lo recetamos a nuestros usuarios. Pues lo diré alto y claro: LOS MEDIADORES NO DIAGNOSTICAMOS. No tenemos ni idea de lo que les pasa a las partes ni como lo pueden arreglar. Ellas son las que saben qué les pasa y qué solución es la más adecuada para su situación. 

Si los participantes en los procesos de mediación que conducimos no se sienten legitimados no podrán atorgar su confianza ni al profesional, ni a la herramienta, y será difícil que lleguen a confiar en la otra parte. Por lo tanto, confiemos en nuestros usuarios, validemos sus necesidades e intereses aunque no compartamos sus posiciones, y favorezcamos así su acceso a la participación. Nos encontramos, por lo tanto, ante un reto importante: legitimar a cada una de las partes con las que trabajamos. Esta legitimación debe ser genuina y real. A menudo, algunos mediadores reconocen que internamente no pueden ser imparciales, ya que se decantan por una de las partes o bien tienen dificultades para conectar con aspectos positivos de otra. Supongo que hay profesionales que pueden mostrarse con una aparente imparcialidad utilizando los parámetros de la mediación de forma impecable. Reconozco que a mi no me sale. Creo que eso no saca el potencial de las personas a las que acompaño en sus conflictos. Al contrario, mi forma de trabajar con cada una de las partes es tratar de conectarme con ellas para poderles otorgar legitimidad, en una posición que se define mejor con el concepto multiparcialidad. Por lo tanto, esa necesidad mía de legitimarles se convierte en el motor de la intervención. Las preguntas que todos los mediadores manejamos (abiertas, cerradas, circulares, transformativas,...) nos sirven para conocer la visión de cada parte en profundidad. Nos sirven para valorar, también, el grado de voluntariedad y capacidad para afrontar el proceso. Pero sobre todo, las preguntas nos sirven para explorar todos aquellos aspectos de la persona con la que nos comunicamos que nos permitan legitimarlos como personas, como partes de un conflicto y como participantes en un proceso de superación del mismo. Me atrevo a decir que si no podemos legitimar, como mínimo algunos aspectos de cada una de las partes, estaremos inhabilitados para mediar en ese conflicto. 




A menudo, las personas que llegan al espacio de mediación lo hacen a la defensiva. Es frecuente ver como tratan de exagerar con el objetivo de despertar la atención y ser mejor atendidos. El relato que nuestros usuarios nos aportan ha circulado ya por muchos otros escenarios. Interiormente han revivido y recreado en múltiples variantes el conflicto y las conversaciones pendientes, han verbalizado un número indeterminado de veces lo ocurrido con amigos y familiares, quizás han recibido ayuda de otros profesionales (psicólogos, profesores, abogados, sacerdotes,...). Seguramente nuestros usuarios han acumulado una buena batería de consejos, ejemplos, experiencias previas de unos y otros, pero desconocemos si han sido escuchados de forma activa y si se les ha preguntado suficientemente respetando su visión. Es muy probable que no se hayan sentido entendidos, o bien se les haya dado la razón sin ningún atisbo de crítica. El rol del mediador es radicalmente diferente, y se basa en "el poder del no-poder". Pues bien, la primera sorpresa de la parte, es que desde mediación se le comprendre, pero no se le juzga ni se le justifica (eso es muy probable que ya lo haya experimentado previamente). Solo cuando veamos que los participantes se sienten cómodos en su posición, podremos "traer a la otra parte" en nuestras preguntas, para empezar un nuevo camino: el de la incomodidad. Solo legitimando adecuadamente a esa persona podremos aportar al sistema otra legitimidad, la de la otra parte, que en ese momento será vivida como antagónica. Ese será el momento para explicar que el mismo tipo de relación que hemos establecido con nuestro interlocutor, es el que estableceremos con la otra parte. Así se expresa y se vivencia la imparcialidad, no es necesario explicarla como si fuéramos un manual al uso.



Necesitaremos, por lo tanto, estar muy alerta a todos aquellos aspectos que nos suponen barreras o desafíos a aportar legitimidad. A menudo, cuando las partes relatan su conflicto pueden utilizar aspectos que nos incomoden (verbalizaciones racistas, discursos marcados por prejuicios, justificaciones de la violencia, rechazo a la mediación y a los mediadores,...) Cada mediador debe explorar y conocer sus limitaciones y las posibles proyecciones personales que le dificulten conectar con la parte humana y positiva de sus interlocutores. Cada profesional, debe, también, diseñar y ensayar sus estrategias para superar estas barreras y abrirse a otros ámbitos de la persona que le permitan una conexión más positiva. Solo podremos avanzar si podemos entender y expresar de forma genuina que esa persona aporta "material interesante" para poner las bases a un proceso de superación del conflicto. ¿Estamos dispuestos a movilizar nuestra parte más humana como mediadores? ¿Estamos dispuestos a dinamitar la barrera entre profesional y persona para propiciar una conexión más genuina entre nosotros y nuestros usuarios?