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jueves, 27 de abril de 2017

NIÑOS Y NIÑAS EN LA MEDIACIÓN




Escribo este post en colaboración con Isabel Bujalance, Educadora Social, terapeuta y mediadora familiar y comunitaria. Co-autora del "Manual del mediador de familia en Cataluña". 



Mediación comunitaria 

Estos días andamos ultimando la Memoria 2016 del Servicio de Mediación. El año pasado, al igual que los anteriores, los conflictos entre vecinos han sido los más habituales, y más concretamente aquellos conflictos generados por molestias de ruidos. 

En los últimos años ha ido despuntando una tipología de conflicto por ruidos que se ha ido imponiendo sobre el resto: los conflictos por ruidos de convivencia y por niños. Esta categoría prácticamente no existía anteriormente al 2010, y en cambio ahora supone una cuarta parte de los procesos de mediación que asumimos desde el Servicio. Nos ha sorprendido ver cómo, cada vez más, los solicitantes de procesos de mediación, lo son porque sienten como molestos los ruidos que provienen de casa de sus vecinos por actividades infantiles. 

Aparentemente, con una mirada poco mediadora, nos puede parecer que se tratan de unas molestias que pueden ser injustificadas ya que "¿a quién se le puede ocurrir quejarse de los ruidos que hacen los niños?". Sin duda que todos consideramos a la infancia como un valor a proteger y sus juegos y actividades un derecho de los mismos para desarrollar sus capacidades y su personalidad. Pero esto no es, o no debe ser, la línea de pensamiento de los profesionales de la mediación. Ya hay otros profesionales que se ocupan de esos aspectos. Cuando una persona se acerca a nuestro servicio porque tiene un problema de convivencia con otra persona, que no ha podido resolver por su propia iniciativa, debemos legitimarla y comprender quelo que le pasa, le sobrepasa. Por lo tanto, para nosotros, quejarse por los ruidos de los hijos de sus vecinos es tan legítimo como quejarse de cualquier otra molestia (fiestas, música, arrastre de muebles, golpes, tacones,...). Además estas personas llegan a nuestros despachos a la defensiva. Es muy probable que hayan explicado esta situación en varios lugares, incluso hayan llamado a la policía cuando han pensado que ya no podían más. Muchas veces se les ha atendido con condescendencia, juzgando a estas personas como especialmente intolerantes, sin entrar a comprender por qué se sienten así, cuál es la naturaleza de las molestias y por qué les afectan en ese grado. Eso no quiere decir que los justifiquemos o que compartamos su posición al respecto, simplemente que podemos entender que tienen un problema y que necesitan de nuestra ayuda. 

Se trata de conflictos que socialmente son catalogados como "poco importantes" o "intrascendentes". Puede ser este el criterio que esté llevando estos casos a la mediación: cómo la intervención advesarial más clásica (policía o juzgados) no da respuesta a esta problemática, se derivan a las instancias de mediación. Pero no nos confundamos, ni la mediación sirve solo para lo "poco importante" (la mediación penal está dando grandes resultados y se ha hecho mediación incluso entre exterroristas y sus víctimas con resultados sorprendentes) ni nos encontramos ante "conflictos fáciles". Este tipo de situaciones conllevan una gran cantidad de malestar y la expresión disruptiva de emociones de disconformidad. Cuando los solicitantes se quejan, lo pueden llegar a hacer de forma muy despectiva, juzgando en muchas ocasiones la forma en que sus vecinos educan a sus hijos y llegando incluso al insulto. En el otro lado, las personas cuyos hijos son señalados como molestos, pueden sentirse impotentes y agredidos al sentir que se señala algo sobre lo que no pueden hacer nada. Incluso se pueden desarrollar reacciones agresivas al entender que deben defender lo más sagrado: sus hijos. Todo se puede complicar un poco más si ambas partes tienen edades diferentes (personas mayores que se quejan de matrimonios jóvenes con hijos) o de orígenes diferentes (los "de aquí" y la forma "correcta" de educar a los pequeños y los "de allí" que "parece que siguen en la selva"). Vemos, entonces, como lo que parecía un conflicto intrascendente se convierte en un enfrentamiento que puede llegar a una gran intensidad. La mediación se muestra, ante esta tipología de casos, de gran utilidad: se trabajan las emociones, se impulsa el reconocimiento mutuo, se buscan puntos en común, se separan a las personas de los problemas,... Nos enfrentamos a sesiones conjuntas donde afloran las emociones y el malestar y donde puede impulsarse un reconocimiento mutuo si los participantes están dispuestos a aceptar la humanidad del otro. Esa es nuestra hoja de ruta. 


Pero no son estos los únicos conflictos que protagonizan los niños y niñas. En los conflictos por el uso de espacio público, más agudo en ciudades densamente pobladas donde el espacio público es un bien por el que se compite, el mayor problema que se señala es el juego de pelota. Nuevamente, esta vez en las calles y plazas, las actividades infantiles son señaladas como generadoras de molestias y por tanto de conflictos. No es hoy el día de profundizar en por qué algo habitual y normal en el pasado se ha convertido en una actividad que está siendo prohibida, sin mucha base jurídica, en cualquier espacio público de nuestras ciudades. Nuevamente, debemos incluir en nuestros procesos a todos los afectados (vecinos, niños y niñas que juegan, familias, comerciantes, asociaciones,...). Se trata de abandonar las posiciones para hacer compatibles las múltiples necesidades.  

Mediación escolar

Cuando los pequeños pasan de ser el objeto al sujeto de la mediación ocurren grandes cosas. Vemos, así, como los sistemas de mediación escolar triunfan en las escuelas de primaria e institutos de secundaria. Es impresionante ver con que naturalidad los adolescentes median en los problemas que tienen sus iguales, con un criterio y un "saber hacer" fascinante. En el Servicio de mediación que coordino, ya hace años que decidimos no hacer formación a estos jóvenes mediadores, de eso se encargan sus profesores. Nosotros nos encontramos con ellos en lo que llamamos "encuentro entre colegas". En esos espacios compartimos dificultades que cada uno de nosotros tiene como mediador: aquellos casos que nos cuestan, dificultades con las que nos hemos encontrado, alegrías y éxitos... Siempre recuerdo un muchacho de unos 15 años, quien, en uno de estos encuentros, me dijo: "Oscar, lo vuestro es muy fácil, cuando vuestros vecinos no llegan a un acuerdo, no los veis nunca más. Aquí, sin embargo, cuando mis compañeros tienen un conflicto y no se soluciona, yo los tengo que seguir viendo mal cada día en el instituto..." Grande! muy grande! Mi admiración hacia todos los jóvenes mediadores escolares. En L'Hospitalet, unos 150 jóvenes median cada año en conflictos que surgen en sus instituciones educativas. Hace unos años me dirigí a un joven en un espacio público en el que estábamos impulsando un proceso de mejora de la convivencia. Cuando me presenté como mediador, me contestó "yo también soy mediador"... Qué satisfacción saber que por la ciudad corren cientos de mediadores cada año, que no solo han aprendido la mediación sino que también la han puesto en práctica...   

A lo largo de estos años, el Servicio de Mediación Comunitaria de L'Hospitalet se ha señalado, entre otras cosas, por gestionar conflictos de jóvenes en el espacio público, básicamente peleas que ocurrían, fundamentalmente, en el entorno de los institutos de secundaria. Estas peleas, de fuerte impacto comunitario por su vistosidad, generaban una gran alarma social tanto en la comunidad educativa como en el entorno. Estos jóvenes, lejos del estigma de conflictivos o peligrosos que les atribuimos socialmente, han resultado ser excelentes participantes de la mediación. Esto se debe, a mi entender, a diversas causas. Por un lado la plasticidad y la capacidad de aprendizaje de los jóvenes. Por otro lado, el hecho de necesitar un espacio para poder dar salida a situaciones de conflicto que, de no gestionarse, puedetener consecuencias graves incluso para la integridad física. Pero, sobre todo, creo que hay dos características de la mediación que facilita que los jóvenes conecten: es voluntaria ("si no quieres participar no pasa nada") y es confidencial ("lo que tú me cuentes no lo sabrá nadie más a no ser que tú me autorices").   

Mediación familiar

Cuando hablamos de la mediación familiar y  de los menores, como mínimo, surgen dos realidades dolorosamente presentes para progenitores e hijos, las cuales pueden coincidir, o no , con el ciclo de vida de la familia. 
Si seguimos el tiempo de vida de la familia, los adultos que asisten al espacio de mediación familiar lo hacen por estar viviendo una situación de dolor que les hace perder el norte de, hasta ese momento, su proyecto de vida en común, por diversas razones: el desgaste de ese proyecto en común, la diferente evolución personal de cada uno de los miembros de la pareja haciendo que los proyectos de vida personales no comulguen en uno propio, la aparición de afectos externos a ese proyecto común, el darse cuenta de que las creencias y los valores que se creían compartidos no lo son…y seguiríamos anunciando un sinfín de situaciones de vida, de dolor, donde el lugar emocional de cada miembro se pierde, se cambia, desaparece. 

Era ese lugar emocional, su solidez, su estabilidad, el que garantizaba el espacio de protección que todo niño/a necesita para crecer en la seguridad y la aceptación, en la pertenencia a una familia, a sus valores, a su identificación como miembro de…y al confiar, a ser confiado y generador de confianza, a ser amable (digno de ser amado). 

Es ese lugar emocional perdido, distorsionado, confundido, el que los progenitores llevan a la mediación familiar con una finalidad no siempre definida, no siempre clara: a veces porque han perdido la capacidad de escuchar y escucharse, a veces porque quieren “hacerlo bien” eso de separarse, a veces porque quieren aprender a volver a conocerse y otras, quizás las muchas, porque, sencillamente no saben qué les ha pasado, no se han dado cuenta del desgaste emocional que provoca el estar en pareja, en familia, al no atenderse personalmente, individualmente y compartir experiencias nuevas, tesoros emocionales que amplían y enriquecen el proyecto en común que iniciaron hace tiempo. 

Y ahí, entre esas pérdidas están los hijos y las hijas, que en su momento fueron fruto del amor, del proyecto en común y que, sin saber cómo (bueno, si, sin ejercer la consciencia) acaban convirtiéndose en herramientas de intercambio de intereses económicos, herramientas para conseguir el dolor en el otro y/o para calmar el dolor que el otro u otra me han provocado. Herramientas, no hijos o hijas, herramientas, no proyectos en común, ni tan solo, el proyecto individual que cada hijo configura por el hecho imprescindible de ser. 

Resultat d'imatges de mediacion niños


La mediación familiar es el espacio de encuentro para retomar ese lugar emocional que va a permitir, favorecer, poner orden en ese sistema familiar, que la más de las veces no sabe porque ha llegado donde ha llegado y va a ser el espacio donde, los progenitores, van a encontrarse con su adulto para poder continuar ofreciendo a sus hijos ese espacio de protección, que les va a dar seguridad (interna) por sentirse aceptados por ser y darles un sentido a su existencia (pertenecemos a los valores de papa y mama) y llegar a ser personas confiadas y confiables. 

Y si nos centramos en la coincidencia del ciclo de vida de la familia, la otra realidad es que cuando unos padres acuden al espacio de la mediación familiar es porque lo que les pasa, les sobrepasa, como se comenta anteriormente. Lo que les pasa es que, durante muchos años, han dado mucho amor y lo que les sobrepasa, habitualmente es que ese amor se ha desbordado y se ha vuelto en su contra. 

Hablamos de las realidades que empiezan a desbordar los espacios de mediación familiar donde la demanda es: no entendemos a nuestro hijo/a”, “ha cambiado”, “no nos escucha”, “nos insulta”, “nos reta”…”cuando SIEMPRE se lo hemos DADO todo”. 

El ciclo vital de las familias, a veces juega malas pasadas, hace coincidir el momento de la adolescencia (crisis entendida como identificación del sujeto, ese pasar de la infancia a la adultez y que, a veces, para muchos padres dura mucho, no acordándose de la suya) con el momento de la madurez o consolidación de la vida en el momento adulto, aquel que lleva a la persona adulta a notar, no sólo cambios fisiológicos sino también cambios emocionales llegándose a preguntar, de forma profunda, si la vida vivida hasta ahora es la que se quiere continuar viviendo o hay que hacer cambios. 

Esta coincidencia del ciclo vital facilita la confusión de roles y de patrones establecidos hasta el momento sobre todo cuando los progenitores que se acercan al espacio de mediación familiar ejercen estilos educativos cercanos a la permisividad, a la sobreprotección, a la delegación, a la intermitencia o al autoritarismo en su hacer de padres. De hecho, al ser la mediación un espacio de acceso voluntario, la mayoría de los padres que son demandantes del ejercicio de la mediación suelen ser los dos primeros por hallarse en una especie de purgatorio emocional: "les hemos dado todo y nos lo pagan así…ese espacio intermedio es el que les acerca a la consciencia de su ejercicio parental y da pie a iniciar un camino hacia el encuentro con sus hijos/as. 
Los otros estilos educativos tienen aún un largo camino a recorrer hasta llegar a esa consciencia de que algo no funciona en la relación con sus descendientes. 

Retomamos el párrafo anterior y si nos hallamos ante unos padres desbordados de impotencia por tanto amor ofrecido, nos encontramos con unas personas en edad adolescente (la mayoría en la segunda fase de la adolescencia, entre los 13 y los 17 años) que han crecido con la creencia de que tienen la verdad absoluta, que hablan con un tono de falso adulto, que reconvierten las pocas normas que hay en su sistema familiar a su interés y que reconvierten, al mismo tiempo, la jerarquía familiar, sobreponiéndose a sus propios progenitores y erigiéndose, como antes decíamos, en falsos adultos. Esta realidad que sienten les va consolidando, cada vez más, en un ejercicio de tiranía emocional hacia sus progenitores y esa actitud será la que dificultará su asistencia al espacio de mediación familiar. Ahí, en ese momento, es cuando se hace imprescindible fomentar y potenciar la mediación en dos momentos, importantes e imprescindibles: el primero, acompañar a esos padres, progenitores, a que establezcan nuevos canales de comunicación activa y positiva entre ellos para, después, pasar al segundo momento, aquel en que, a través del cambio del lugar emocional que los padres van elaborando, puedan trabajar la posibilidad de la presencia del hijo o hija en el proceso de mediación familiar.  


Niños y niñas, adolescentes,… que son señalados como causantes de conflictos (vecinales, comunitarios, familiares, escolares,…). Jóvenes que median en conflictos de otros jóvenes. Niños y niñas que necesitan que sus padres medien ante la ruptura de la relación. Jóvenes que atraviesan adolescencias que requieren de mediación para recuperar la comunicación con sus padres. Mediación de, con y para niños y niñas.